martes, 27 de abril de 2010

258 palabras...


...entonces, me senté al borde del camino y miré hacia atrás... caminaba sola, dejando que la poca ropa que aun no había desertado de mi cuerpo decidiera cuando alejarse de mí. Este año había llovido mucho, en otra vida hubiera pensado que hasta demasiado, y la hierba, como la vida misma, se abarrotaba a la baza hirviente de fluir.

La última vez fue con él. Montamos a caballo justo por aquí. O al menos eso le contaba en mis cartas. Al menos eso me contaba en las suyas. Cuando niños debimos cruzarnos mil veces debajo de ese árbol sin coincidir. Cuando todavía no estaban puestos ni las paradas de metros, ni las dunas, ni las botellas precintadas con pez. Entonces no existían aquellos puentes levadizos, caprichosos y mezquinos, que nos dejaron encontrarnos para luego expulsarnos sin remedio ni compasión del paraíso.

Podría rellenar con lágrimas mil veces esta charca. Podría clamar venganza o seguir errante como el fantasma en el que me habré de convertir. Y sé que nada de ello me servirá. Sólo lamento el haber tenido tan poco tiempo para disfrutar de él, para saborear su compañía, para rozarle la mano o hacer el amor con la mirada. Sólo me lamento de que aquel regalo tan sobrecogedor que nos fue dado, se pareciera a aquellas amapolas que tanto le gustaban, condenadas a perecer al poco tiempo de ser cortadas...

Y ahora aquí, armada de valor y de tinta, sin importar que la brisa bronceada me queme la piel, y me salgan ampollas en mis pies descalzos, ahora aquí, volviendo a este lugar que nunca visité con él, acaso como si esperara encontrarlo jugando al escondite saliendo de detrás de ese árbol; y ahora aquí, rota y desalmada, mientras dibujo sonrisas forzadas mientras me desangro, y ahora aquí, revivo en un instante lo grande, lo precioso y sobre todo lo cruel que puede llegar a ser este milagro.

Talika Wiggins