lunes, 7 de octubre de 2013

7 años en el tibet.


"nada merece tanto ser cambiado como los hábitos de los demás"
Mark Twain

Dice un gran amigo, que los consejos son un reflejo de la persona que los da, acaso como si sólo sirvieran para aquel que está aconsejando. Tal vez tenga toda la razón Mark Twain. Tal vez nos gusta meternos donde no nos llaman, remover lo que no nos incumbe y quemarnos con el fuego que nunca debimos avivar. 

Tal vez, no es necesario que nadie juegue a ser justiciero desenmascarado, porque siempre el universo, o Dios, o cómo queramos llamarlo, se encargará de poner las cosas en su sitio. Y si una vez cada modelo en su matriz resulta que los trenes que pensabas que guiaban tu futuro no son como tú esperabas, o simplemente no van, o tal vez no vienen de donde pensabas, pues amigo, no pasa nada. La ruleta de la vida siempre esconde otra tirada (el truco es no desfallecer antes de encontrarla).

Otras veces maldecirás tu suerte viendo que los trenes que venían directo a tu estación fueron desviados in extremis por guardagujas malvados que los llevaron a estaciones cerradas donde gangrenaron el ciclo vital de esos pobrecitos trenes. Te quedarás diciendo: cómo pueden tener esos guardagujas tan pocos escrúpulos y como pueden los conductores de los trenes, caer engañados, una vez tras otra por las falsas señales de estos tipejos.

Y de nuevo te entran ganas de tomar un megáfono e informar de lo que está sucediendo. Y de nuevo nuestros avisos serán en vano. Y pese a eso, el universo es mucho más justo y más severo de lo que somos los humanos. Si puede condenar a familias a cien años de soledad, también puede desterrar a los pecadores a siete años de destierro en una suerte de Tibet personal.

Un destierro largo y cruel para pagar el daño causado:

En el primer año, la norma será rencor y odio. Te mirarán a la cara y te reprocharán con la mirada aquello que rompiste.

El año siguiente estará regido por la desconfianza. Cada intento de reconstruir será sistemáticamente barrido por el recuerdo del pecado.

El tercer año vendrá el exilio. Un exilio que debió comenzar con el pecado y que en un intento fútil de engañar a los dioses, se prolongó hasta ahora.

En el cuarto año comenzará el derrumbe moral. Te obligarán a negar tus principios, a seguir unas reglas que no son las tuyas. Empezarás a fracturarte.

En el quinto año te venderás por menos de nada. Aceptarás valores que van en contra de tus principios. Asumirás papeles que denigran tu concepción del mundo y del ser humano.

En el sexto año serás vendido a traficantes de almas. Tus decisiones ya no serán tuyas y ya no distinguirás el bien del mal, la mentira de la verdad. Serás un juguete roto en manos de niños crueles.

En el séptimo año, serás consciente de todo lo que has pasado. Tal vez alguien te espere en la puerta para ayudarte a volver a ser, y tal vez estés tan destrozado que ya no sepas distinguir a quien viene a salvarte de aquellos que te humillaron. Es probable que sientas un síndrome de Estocolmo tan aguerrido que prefieras seguir manteniendo el cordón umbilical con los secuestradores en lugar de agarrar la mano que te está ofreciendo la salvación. Y el mantener ese cordón umbilical puede que te acabe arrastrando de nuevo hacia la noche más oscura.

Pero todo acaba. Y ninguna condena es eterna. Y algún día, como hoy, como ayer, como el sábado pasado, con cualquier razón y sin ningún pretexto te darás cuenta de que el cordón umbilical, ese último lazo que te unía a tu condena ha perdido su poder. Lo ignoraste y ahora está seco. Y ya no tendrás ganas de hablar con los que ejercieron tu secuestro. Y desaparecerán. Y entonces abrirás los ojos, recogerás tu cuatro pertenencias, las meterás en tu hatillo, y volverás a occidente, donde esta vez sí, estarás preparado para empezar de cero.

Quien a hierro mata, a hierro muere, y todos los que alguna vez utilizaron la mentira o el cinismo para sacar tajada, tienen una condena de siete años esperando para grabarse a fuego en sus huesos.

Y pese a ello, siempre hay una segunda oportunidad para quien quiera aferrarse a la luz y dejar atrás la decadencia.


Torra



jueves, 3 de octubre de 2013

You go need somebody, to stand by you

"This song says, uh: No matter who you are, no matter where you go in life, in some point you go need somebody, to stand by you."
Oh yeah, Oh my darling, stand by me
No matter who you are
No matter where you go in life
You go need somebody, to stand by you.
No matter how much money you got
Or the friends you got
You go need somebody, to stand by you.
When the night has come
And the land is dark
And that moon is the only light we'll see
No I won't be afraid
No I won't, shed one tear
Just as long as you people, call and stand by me
Oh darling, darling
Stand by me, oh, stand by me
Oh stand, stand, stand by me,
C'mon Stand by me
When the sky that we look upon
When should tumble and fall
Or the mountains they should crumble to the sea
I won't cry, I won't cry
No I won't shed a tear
Just as long as you stand, stand by me
So darling, darling
Stand by me, Oh, stand by me
Please stand, stand by me,
Stand by me (2x)
So darling, darling
Stand "salanami", Oh stand "salanami"
Oh stand, Oh stand, stand, stand by me,
C'mon stand by me
Stand "salanami", Oh won't you stand "salanami"
Oh stand "salanami", stand by me,
C'mon stand by me
When the night has come
And the land is dark
And the moon is the only light we'll see
I won't be afraid "salanami"
I won't be afraid
Not a long, not a long as you... (yeah)
Stand by me. (yeah yeah)
;)

miércoles, 2 de octubre de 2013

Cuando yo era niño.

“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”
Corintios 13:11.

Mientras ahí fuera la vida sigue latiendo a su ritmo, aquí dentro el hombre va abriéndose camino.

Las mismas calles tienen distintos adoquines. Los biseles de los marcos de las puertas ahora son apreciables a mis ojos que aprendieron de los morgaños. Incluso me es imposible pasar por una mesa cubierta de servicios agotados sin recogerla.

Cuando era niño, miraba como un niño, pensaba como un niño, frecuentaba lugares para niños, incluso hacía cosas de niños.

Ahora, consciente de que ese tiempo pasó, el reto estriba en habitar las nuevas ciudades, saborear los nuevos manjares, discurrir por los nuevos senderos, sin que por ello se pierda ni un ápice de la ilusión ni del entusiasmo del niño que de alguna forma, nunca debemos dejar de ser.

Neftalí