En la puerta del mundo donde todo empieza. Escuchando las teclas detrás de la mampara...
Hoy de nuevo se reinicia el día. Hoy de nuevo soy náufrago huérfano, soldado incesante, acaso, bordeando la deriva...
¿Cuantas veces habré de morir, amor, antes de encontrarte? ¿Cuántas veces habré de perderte, amor, antes de asimilar el modo de contenerte sin deshacer tus alas?
De nuevo, y ya he perdido la cuenta, la marea me arrastra, como despojo o zozobra, de bruces a la arena. Desnudo, escuálido, vibrante, ojeroso. Aparto un racimo de sal convertido en legaña de mis ojos. Recupero la energía a sorbitos y lentamente me incorporo...
Un rayo de sol, uoooo, como un milagro, una hiedra o una canción, que se derrama en la mácula y me deja ciego por momentos. Como Saulo comprendo que esta vez es la definitiva, que esta vez la partida me trae juegos de los que ni siquiera yo, escudero de reyes tahúres, tendré bemoles, ni modos, ni coartadas para retirar. Juegos de los que en cualquier caso no me da la ganas de descartarme. Como Saulo me caigo de mi caballo acuático a la orilla de un pantano, y en mi ceguera entiendo que me quedan 99 razones por delante para, esta vez, levantar a besos y guiños un laberinto inescrutable, acaso un camino límpido y claro, por el que con mi ángel que me espera en todas las esquinas, emprender por fin el vuelo...
y entonces de a dos, de una vez por todas, ya, cruzar el mar, reir a borbotones y esgrimir relojes como señal de que el tiempo ya dejo de tener sentido, porque donde todo empieza todo transcurre en un instante intenso...
Neftalí