lunes, 26 de mayo de 2008

Defender la alegría...




Detrás de un montoncito de oficio, modo de olvido o de hojarasca, detrás de la leve mirada de una mentira dormida, o del fósforo de una cerilla humeante, como pétalos de humo chispeante y olor a quemado.

Que no juegues con fuego, me decían de pequeño, que luego... y los luegos son acaso más inocentes que los "y me olvido" y se acopocan las palabras enlatadas detrás del montacargas por donde se escapa de casa, a jugar a la calle, mi propia vida...

Luego me asomo a la tarde y sonrío por la ventana, orgulloso e inquieto, como si el propio invento de salir airoso de un naufragio o una monotonía, esa suerte que corren los malabaristas del absurdo, fuera mía.

Luego me poso en un árbol, un vaso, un libro, una canción y me vuelvo a sonreir... Ya sólo me queda sacar mi baraja de cartas, envidar a grandes, y dejar que el solitario de cada tarde se atreva o no a subir mi apuesta...

Porque en este mundo de salidas impropias, de ventas, de compras, de insuficiencias, en este mundo herido de cloroformo y falto de instinto, tan sólo el poder resucitador de la llama, del fuego, del cielo y de lo desconocido nos hará dignos de ganarnos un destierro a la parte clara de nuestra meridiana alma. Tendremos que esgrimir pues, banderas desafiantes y rojos turbantes para acceder a la entrada "tiritante" de nuestra verdad. Luego allí, detrás, con todos los sentidos despiertos, ya tendremos tiempo de decidir que hacemos con lo que nos sobra de ardor guerrero: si blanquear las casas o si sembrar desiertos. En cualquier caso espero verte allá. En todo caso cuento contigo para librar de verdad la batalla insobornable por defender la alegría...

Neftalí

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