"nada merece tanto ser cambiado como los hábitos de los demás"
Mark Twain
Dice un gran amigo, que los consejos son un reflejo de la persona que los da, acaso como si sólo sirvieran para aquel que está aconsejando. Tal vez tenga toda la razón Mark Twain. Tal vez nos gusta meternos donde no nos llaman, remover lo que no nos incumbe y quemarnos con el fuego que nunca debimos avivar.
Tal vez, no es necesario que nadie juegue a ser justiciero desenmascarado, porque siempre el universo, o Dios, o cómo queramos llamarlo, se encargará de poner las cosas en su sitio. Y si una vez cada modelo en su matriz resulta que los trenes que pensabas que guiaban tu futuro no son como tú esperabas, o simplemente no van, o tal vez no vienen de donde pensabas, pues amigo, no pasa nada. La ruleta de la vida siempre esconde otra tirada (el truco es no desfallecer antes de encontrarla).
Otras veces maldecirás tu suerte viendo que los trenes que venían directo a tu estación fueron desviados in extremis por guardagujas malvados que los llevaron a estaciones cerradas donde gangrenaron el ciclo vital de esos pobrecitos trenes. Te quedarás diciendo: cómo pueden tener esos guardagujas tan pocos escrúpulos y como pueden los conductores de los trenes, caer engañados, una vez tras otra por las falsas señales de estos tipejos.
Y de nuevo te entran ganas de tomar un megáfono e informar de lo que está sucediendo. Y de nuevo nuestros avisos serán en vano. Y pese a eso, el universo es mucho más justo y más severo de lo que somos los humanos. Si puede condenar a familias a cien años de soledad, también puede desterrar a los pecadores a siete años de destierro en una suerte de Tibet personal.
Un destierro largo y cruel para pagar el daño causado:
En el primer año, la norma será rencor y odio. Te mirarán a la cara y te reprocharán con la mirada aquello que rompiste.
El año siguiente estará regido por la desconfianza. Cada intento de reconstruir será sistemáticamente barrido por el recuerdo del pecado.
El tercer año vendrá el exilio. Un exilio que debió comenzar con el pecado y que en un intento fútil de engañar a los dioses, se prolongó hasta ahora.
En el cuarto año comenzará el derrumbe moral. Te obligarán a negar tus principios, a seguir unas reglas que no son las tuyas. Empezarás a fracturarte.
En el quinto año te venderás por menos de nada. Aceptarás valores que van en contra de tus principios. Asumirás papeles que denigran tu concepción del mundo y del ser humano.
En el sexto año serás vendido a traficantes de almas. Tus decisiones ya no serán tuyas y ya no distinguirás el bien del mal, la mentira de la verdad. Serás un juguete roto en manos de niños crueles.
En el séptimo año, serás consciente de todo lo que has pasado. Tal vez alguien te espere en la puerta para ayudarte a volver a ser, y tal vez estés tan destrozado que ya no sepas distinguir a quien viene a salvarte de aquellos que te humillaron. Es probable que sientas un síndrome de Estocolmo tan aguerrido que prefieras seguir manteniendo el cordón umbilical con los secuestradores en lugar de agarrar la mano que te está ofreciendo la salvación. Y el mantener ese cordón umbilical puede que te acabe arrastrando de nuevo hacia la noche más oscura.
Pero todo acaba. Y ninguna condena es eterna. Y algún día, como hoy, como ayer, como el sábado pasado, con cualquier razón y sin ningún pretexto te darás cuenta de que el cordón umbilical, ese último lazo que te unía a tu condena ha perdido su poder. Lo ignoraste y ahora está seco. Y ya no tendrás ganas de hablar con los que ejercieron tu secuestro. Y desaparecerán. Y entonces abrirás los ojos, recogerás tu cuatro pertenencias, las meterás en tu hatillo, y volverás a occidente, donde esta vez sí, estarás preparado para empezar de cero.
Quien a hierro mata, a hierro muere, y todos los que alguna vez utilizaron la mentira o el cinismo para sacar tajada, tienen una condena de siete años esperando para grabarse a fuego en sus huesos.
Y pese a ello, siempre hay una segunda oportunidad para quien quiera aferrarse a la luz y dejar atrás la decadencia.
Torra
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