A veces no caben las palabras...
A ratos comulgas con el universo, con la vida, con la alegría sin paliativos, sin frenos, sin reparos...
Hay instantes en los que conduciendo, te entregas por completo y cierras los ojos, y los entreabres para no chocarte, y te encuentras magiando tango, en mitad del mundo perfecto de quiero volver...
D'Arienzo acariciándonos la oreja y la cadena de huesecillos se abrazan y despojan de obligaciones y se ponen a bailar...
La noche se pone, se apagan las estrellas, la luna y los soles, y acaso ya sólo queda una suerte de aurora boreal que nos protege y nos arropa...
Cada paso se convierte en aleteo, sutil, suave, delicioso, y a la vez concreto, salado, tangible, como si la música que viste capas de revolución, se convirtiera por momentos en sustancia y firme, suelo y cielo que nos mece como si fuéramos nonatos en el vientre...
Y al balanceo, se confunden los compases y el abrazo se pierde en el horizonte de la persona de enfrente, y durante el tiempo atemporal de lo que dura la tanda no somos ni uno ni dos ni medio, simplemente somos el bandoneón, el violín, el piano...
Y allá en lo alto, con los ojos todavía cerrados, nos miramos, cada uno a cada otro, y nos sonreíamos en un abrazo imposible que sólo el tango puede llegar a explicar...
Y nos dejamos llevar, vencer, sucumbir, cada cual en cada otro, y el universo entero se vuelve a dibujar...
Y sin saber cómo ni por qué, en el tiempo infinito que dura el ultimo compás, regresamos al mundo de sopetón...
Y nos quedamos con los pies temblando, sin entender lo que ha pasado, pero sabiendo, que de donde quiera que hayamos estado volvemos reforzados, y aunque cada danzante sigue siendo él mismo, sentimos que hemos trascendido a algo más puro, más grande, mejor...
Gracias música, gracias tango, y gracias a la vida,
que, como dice la canción, nos sigue dando tanto...
Basoalto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario