lunes, 1 de diciembre de 2014

volver a casa


 El color dorado de tus manos se ha convertido en el manto que los ginkgo bilobas han tejido este otoño tardío. Sonrío al ver cómo el frío se convierte en mi piel en un ejército de vellos espigados; pues más que la temperatura ambiente, es la sensación de que todo va a salir bien. Un viaje corto el que han hecho mis pies hasta llegar aquí. Con las llaves en la mano, no hay duda de que tenía ganas de entrar; abro decidida; pero inevitablemente miré atrás. Ese tipo de mirada donde no sabes qué buscas, si vas a encontrar algo o no, si estás huyendo de la calle o de lo que hay en la calle. Mirar atrás. Una vez más. Una vez menos para poner a cero este marcador. 

Una nube juega con la luz, la estrella de la farola ha comenzado a despertar. Cerrar la puerta y devolver la llave al abrigo. Un paso atrás, el momento del hogar puede esperar. Considero que si miro atrás es porque todavía quedan resquicios de magia que no he utilizado.

Y de repente, volviste a aparecer en las huellas de una bicicleta marcadas en el suelo mojado. Sabía que tenía que esperarte antes de entrar, que querías acompañarme en esta aventura. Un último vistazo a ver si todo está en su sitio: las hojas amarillas en el suelo, la nube en el cielo, la luz en la esquina, las llaves en el bolsillo, ya es momento de seguir. Buscar el sentido a las cosas que se hacen en general no aporta más allá de un espejo subjetivo; pero es precioso el momento en el que te das la libertad de manejar el tiempo sin querer entender nada, sólo respirar la música que lees entre líneas.

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