lunes, 14 de mayo de 2012

O

En mitad del jardín, rodeada de frescor, escondida entre el verde... Me acerco. Quieres que me acerque. Te admiro, te miro, te devoro. Siento el narcótico placer de tu sonrojo incrustado con ternura en mi retina. Me sientes, me presientes, me cautivas. Se detiene un instante gigante el caudal del diluvio desbocado de mi vida. Tus pétalos actuan por minutos de pantanos que amedentran la coartada de mi huida. Y así acurrucado en tu estambres me quedo dormido.

Cuando el sol se asoma por encima de la farola del ventanal, descubro que no todas las amapolas son granjeras. Alguna que otra es cazadora, como dijo el poeta, del fondo de las almas, y aun hay otras, las más belicosas, que se disfrazan de las ganas inocentes de beber, que te invitan a manjares infinitos, hilos infinitos de Ariadna para escapar al final, acaso para no volver...

En mitad del jardín, rodeada de frescor, agazapada en la orilla, encontré una lucecita... y sabes, que no siempre se adivina, cuando estas luces se transforman en estrellas o cuando se metamorfean en hoteles california sin salida

Basoalto

martes, 8 de mayo de 2012

Después

El tiempo me lleva, me trae, me sube, me invierte, me convierte, me reduce, me seduce, me dispara...


Y después de mil vueltas siempre acabo de bruces en la puerta sin entrada de una estación extraña. Miro dentro, se despista mi carcelero y me libero, un segundo, de su aguerrida mordaza. Me cuelo. El tren de lo escrito se dispone a salir, como cada martes, hacia el futuro, o al menos a su encuentro.


Amontonados en sacos de párrafos, de versos, de estrofas cantatas, van, como por casualidad, alegremente las palabras. Destino a un final tan incierto como eterno. De repente, sin querer, me tropiezo con un estribillo. Al principio no lo reconozco, pero después, comprendo, al enredarse con cariño en mi rodilla, que fue mío. Y me entristezco. Y me alegro.


Y comprendo que más allá del tiempo que es y del que fue, existe un mañana donde nuestro rastro correrá dejando sendas como estelas en el corazón de las montañas...


y no tendré que volver yo más, porque mis palabras seguirán volviendo para siempre con una irreverente "reverberancia", aún después de que definitivamente me vaya.