El sol se ríe de mí, y yo, utilizando la transitiva, me alegro de ti, de mí, de él, de nosotros, de los tres...
Te miro pequeña y única como un copo de nieve, y me entran ganas de volar. Te encuentro serena y exquisita, y sin poderme reprimir me lanzo a sembrar la mañana de jajajás... Y empiezo a saltar, y rompo a reír y me brilla el corazón, haciendo que mi gesto se propague como un virus o un rumor imparable y contagioso, una reacción en cadena que te apresa a la alegría...
E inoculada te ríes, y lo haces con toda la sinceridad que cabe en tu alma de naranja dulce, con toda la fuerza que se derrama cuando tu carmín se cruza con mis lazos, con toda la ilusión que se desprende de mis redes de música cuando cubren de ateroides los cielos, y coloreas el firmamento con arco iris de canciones...
Y entonces nos asimos y estrechamos, y decidimos, mirándonos en silencioso tácito acuerdo, que, desde hoy y hasta que llegue el invierno, habremos de vivir nuestra vida como si cada nuevo día que nos queda, fuera el primero...
Y entonces nos miraremos a cada otro, guiñaremos un ojo luego al sol, y juntos los tres, de nuevo, nos reiremos...
Y tus besos seguían ronroneando en el quicio de mi puerta. Y mis labios, henchidos de deseo, se morían por abrir...
Mientras que la luna más brillaba, y a medida que el disco se iba completando, las ganas por dejarle paso a tus acometidas salvajes me iban, poco a poco, transformando.
Me amarré como pude al mástil de mi cama, me puse las gafas de sol para impedir que mi cuerpo se convirtiera en lobo, rellené mis pabellones auditivos con todo tipo de inventos que garantizaran el silencio, me puse a leer el principito para no acordarme de que seguías ahí afuera, de pie, toda amazona, toda esbelta, toda sirena, dispuesta a arrancarme el corazón para hacerte un yo-yo con él... Pero por mucho que lo intentaba siempre algo se escapaba a mi control, así cuando el sabor de tu sudor accedió a mi pituitaria sentí por un instante que perdía esta batalla, tal vez la guerra...
Cuando desperté a la mañana siguiente comprobé que había sido lo suficientemente fuerte para no caer en ti... Una llamada perdida tuya titilando en el móvil como arco a mi triunfo, y la certeza de que los nudillos que acariciaron mi puerta eran tuyos...
Resistí a la luna creciente, ahora, por fin, soy libre de salir a la calle y besar a las farolas, de mojarme en los charcos que me de la gana, ahora soy por fin libre, de vivir todo mi futuro sin tener que rendir cuentas ni a tu desnudez ni a tu mirada...
Lunas negras sobre los tejados verdes Ana con sus ojos azules se detiene y me alumbra como una musa roja contra el solsticio de puente.
Yo retoño blanco aprovechando el canto de un ave y me demoro suave sobre las horas amarillas y las olas sobre la serenidad y bravura de la distancia insalvable rosa que nos une y que nos mantiene aislados en universos colindantes expansivos, marrones, divergentes...
Cuando al fin reúno fuerzas para saltar sin red de mi mundo naranja al tuyo. descubro que con un nudo, un disparo o un escudo te apartas en el instante siguiente del que tuvo vuelta atrás…
y así mi canto se destroza en el gris asfalto… y así mi voz se trasforma en estatua de sal... y así mi cuerpo se agrieta con los charcos... y así mi estrella se hunde tras el mar...
Silencio de calcetines rotos que no podré zurcir, ¿de qué valdría ahora si aquellos agujeros dejaron que se te escapara el alma?
Silencio de brechas en la piel y soleadas campiñas regadas de quietud...
Silencio de voces acalladas en la infinitud de tu ausencia...
El desencuentro dura todas las eternidades que haga falta. Tu mano en mi corazón, como alguna vez robaba mi espalda, se acaba disolviendo en el azul del mar, un mar oscilante que se queda colgado del cielo. Ya no recuerdo tu voz, ya no recuerdo ni siquiera como sonaba incluso antes de conocerla, cuando simplemente jugábamos a mirarnos desde el otro lado del andén...
En algún momento se rompió el reloj y nos expulsaron del juego. Ahora me miro a mi misma, despojada de coherencia, deambulando como una loca por los pasillos de la residencia, donde intentan prevenir con drogas que me arranque lo que me queda de esta vida...
Pero no pueden impedirlo, Julien, no pueden amaestrarme ni detenerme, no pueden contener la sangre en mis arterias, ni en mis venas, ni en el más pequeño de mis capilares, porque mi vida se diluyó y se coló por un desagüe cuandote fuiste...
Después de ti, sólo quedó el silencio, y tal vez, la sensación insobornable, de que alguna vez me quisiste, y que alguna vez te quise... y quizás, sólo quizás, de debajo de la almohada, junto a tus fotos y tus cartas, encuentro aquella amapola seca que me regalaste, y me aferro a ella como si fuera la única evidencia de que todo esto no ha sido un sueño... y quizás, sólo quizás, sólo por eso, pueda soportar toda la ausencia y todo el dolor que desgrana sobre mis frágiles hombros, esta tortura con ropaje de supervivencia...
Después de ti la magia se extendía como niebla sobre mis praderas. No alcanzaba a tocarla con la palma de mi mano, no lograba que se mantuviera quieta e inmóvil el tiempo necesario para recuperarla, para hacer que volviera, tal vez contigo, a mi bullicioso regazo...
Después de ti tus canciones seguían sonando. No comprendí que eran tuyas hasta que desapareciste, no comprendí que esperabas que yo supiera interpretarlas... Después de ti la vida siguió latiendo.
Me quedé colgada del teléfono esperando palabras que nunca llegaron. Dibujando corazones en el viento, malogrando razones para expulsarte de una maldita vez de mi recuerdo... Añorándote a fuerza de distracciones y verdades, amándote a mansalva en cada una de mis pequeñas contradicciones, echándote de menos...
Porque en el fondo, siempre volvías, siempre aparecías en el reflejo de mis ojos, cuando éstos se miraban al espejo, en el olor de las damas de noche, en el sabor de las naranjas... siempre vuelves, porque por mucho que me empeñe, sé que aún no estoy preparada para rodear tu alma por completo, aun no tengo ni interés ni suerte, como para conocer el mundo que realmente se extiende más allá de ti...
A la sombra de un castillo te besé. Llevábamos la piel de punta y las ganas sinceras. La lluvia nos envolvía desenvuelta como augurando que detrás de esa noche no había futuro que valiese...
A la derecha se extendía un frondoso parque que contemplamos sumidos en la impotencia de nuestra incapacidad de definir derroteros...
Años después cuando mis pies me trajeron de nuevo acá, como en un sueño de una noche de verano, mis ojos intrigados, no pararon de buscar el frondoso bosque de antaño...
Y como por arte de magia, lo que mi mente recordaba como parque, resulta que era y siempre había sido, cementerio. Tuve que apoyarme en una piedra y echarme a reír, y es que no sé, si mi mente dulcifica demasiado el recuerdo, o es que a la luz de los besos lo gris se convierte en arco iris de colores y los cementerios súbitamente contienen estanques, columpios y fuentes con flores...