martes, 6 de noviembre de 2007

Saltar a tiempo...

o quedarse condenado a justificar la falta durante siglos de exilio y soledad sonora. Porque a nadie le gusta reconocer que se ha equivocado, eso, ¿no convertiría acaso nuestra vida en una falsa?

Cuando la maraña de fervientes pasiones efervescentes se disuelven por completo en el vaso, o cuanto los pensamientos delirantemente deslizantes se acaban por refrenar y detener en un ceda el paso, en esos momentos salen a flote otras preguntas más cercanas a la supervivencia neta. Cuando dejamos de enredar con el foie y el caviar, vamos tomando tierra con un buen bocata de chorizo con el que lidiar cara a cara con nuestra realidad cruda y desnuda: Vivir para justificar lo vivido, vivir para romper las redes que nos mantienen cohibidos, o simplemente aceptar que lo que nos tocó fue lo justo y que no hay ningún lugar mejor que el aquí y el ahora...

Claro, tirando del hilo sacamos las preguntas que desequilibran los espejos: ¿qué hubiera sido de mi vida si hubiera/no hubiera saltado a tiempo?... Cada cruce de nuestro camino nos guía a un universo paralelo. Tal vez lo importante no sea en el que estamos o en el que estaremos, lo realmente perjudicial o tonificante es ser bien (in)consciente de que las decisiones de cada bifurcación del sendero nos habrá de llevar por caminos diferentes que acaben en diferentes derroteros. Y que ahí, parados ante la duda, con la conciencia en una mano y el corazón en la otra tengamos suficientes narices de elegir nuestro camino con el tesón y la fuerza con la que los niños persiguen los aviones de papel que surcan el cielo...

Basoalto

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