miércoles, 28 de enero de 2009

El mar no cesa...


Hace tanto, y a la vez tan poco.

Hay una escena que tengo grabada a fuego en el cerebro. Mañanas de primavera, aula de dibujo, el grupo de fotografía entendiendo el fenómeno por el cual una imagen a través de un agujero se queda plasmada y pasmada, del revés, en el fondo en una placa. En aquellos entonces de actividades extraescolares teníamos hasta un cuarto para el revelado de las fotos que por métodos rudimentarios íbamos sacando...

Afuera los pájaros volando. Me encantaba mirar a los aviones, las golondrinas y los vencejos que acudían cumplidores como cada año. Me quedaba mirando el aletear delicioso mientras la pizarra dibujaba el mecanismo misterioso de la captación de imagen...

Hay momentos en la vida de un hombre en los que la belleza supera el umbral de la sensibilidad y te enfrentas cara a cara con el universo. Hay momentos en los que ves todo de repente y comprendes que hay caminos que no se pueden desandar (realmente entiendes que no se puede desandar ninguno) y que una vez abierta la puerta el ciclón no se detiene, el mar no cesa, y la inundación se prorroga por tantas vidas como dure la inocencia.


Luego pasó el tiempo, y hasta pasé yo. Pasaron canciones que quedarán para siempre hablando de aviones plateados, y pasaron las formas automáticas de hacer fotos. Pasaron las personas, las amantes, los amores, los laburos, los pecados... y como transfondo único y banda sonora de mi vida, el mar de abierto aquella tarde, con sus aleteos de olas, sus risas espumosas y su belleza autónoma. Mar, río, océano, charca, agua en definitiva, como rumor de amor, como constante que me proteguía, me evadía y rescataba de la locura que se desgrana por entre las vigas que matan amapolas...


Y luego volví aquí. Al inicio de todo, al punto de partida de mi persona. A devolver la deuda que contraje con el mundo y con el arte cuando entre clase y clase, las gentes, los lápices y sobre todo los aviones compartieron conmigo lo que se esconde detrás de las cosas insignificantes...

El mar no cesa, ni nunca cesará incluso después de haberme ido. Ahora estoy aquí, años después, de nuevo en el áula de dibujo, con los pajaros bromeando acerca de su futuro ya que discrepan de si al arreglar la nevera el calor les dará frío. Ahora, digo, de nuevo en el punto donde empieza todo, tengo las ganas intactas de regar los campos del mañana, con mis manos, mis mares y mis ganas. Ahora estoy aquí con el mar de siempre desbordándome y mis dedos como tizas imaginándose ríos...


Torra

1 comentario:

Inma Cañete dijo...

¡Ánimo! Es un propósito que te honra, que se necesita tener vivo, reluciente, encendido a pesar del frío (o del calor, esperemos) Así que sigue escuchando los mares y trae de vez en cuando un poco de su rumor para que los demás nos contagiemos...
Besos!