lunes, 16 de noviembre de 2009

Cuando la letra pequeña abulta más que el título...

Todo movimiento, toda interacción, toda aproximación conlleva unas condiciones de uso, unas normas éticas implícitas, una letra pequeña que por el hecho de relacionarnos, y a veces sin ser conscientes de ello, estamos aceptando.

No es por ello que estemos firmando cheques en blanco cada vez que cruzamos palabras o compartimos un helado. No es que estemos incrustándonos en los corazones de los otros sin posible marcha atrás, pero es cierto que esto de vivir tiene mucho que ver con irnos refragándonos con las paredes de los otros, hasta no saber muy bien donde acaba uno y donde empieza los demás...

Esas condiciones no pactadas, esa letra pequeña de la que hablo existe siempre. Muchas veces y con las prisas no somos conscientes y aceptamos peajes que de otra forma seguro que no pagaríamos. El hecho de no ser consciente de la existencia de la letra pequeña primero nos genera sensación de serenidad. Sensación que ya digo es meramente sintomatológica, porque por detrás se mueven hilos que nos hacen llegar la factura, que nos deján impotentes ante los avatares del destino y con una extensa cuenta por pagar...

Por otra parte, para defendernos de las contraprestaciones del precio de vivir, no podemos ir esgrimiendo la letra pequeña como premisa, por muy en legítima defensa que lo hagamos, porque corremos el riesgo de asfixiar la llama de la frescura y con ella la vida...

Seamos sensatos, saltemos, riamos, andemos, abramos, creemos, creamos. Vayamos donde tengamos que ir, y si luego de estar allí no es ese sitio como lo habíamos imaginado, entonces es cuando hay que saber interpretar lo pactado y decir, aquí no quiero estar, me marcho...

Pero si antes impongo, utilizo y recalco mis cinturones de seguridad y mi chaleco salvavidas, si me pongo la tirita antes de que se me caiga la postilla, ¿acaso no estaré abogando por cortar la flor cuando tan sólo es una semilla...?

Pablo Basoalto

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